Un fantasma recorre -principalmente- Europa... Se trata, sin embargo, de uno muy distinto de aquel que habían avizorado Karl Marx y Friedrich Engels en 1848, cuando escribieron El manifiesto comunista. De hecho, la aparición contemporánea se ubica en las antípodas del espectro marxista.
Durante los últimos años, se advierte una notable tendencia mundial del electorado a inclinarse hacia partidos -y, sobre todo, hacia candidatos- de derecha. Particularmente, el fenómeno se viene manifestando con fuerza en países centrales de la Unión Europea -Francia, Italia, España y Alemania-; sobre todo, a partir de la adhesión a políticas nacionalistas, de antiinmigración y conservadoras que pregonan estas fuerzas.
En Francia, el partido Rassemblement National (en castellano, Agrupación Nacional), liderado por Marine le Pen, viene creciendo significativamente; en especial en las elecciones de 2017 y 2022.
“La jeunesse emmerde le FN”, el grito de la juventud francesa contra la extrema derechaEn Italia, la coalición encabezada por la premier Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, llegó al poder en 2022. La ultraderecha ya venía creciendo allí desde las elecciones de 2018, con la Liga Norte, de Matteo Salvini.
En España, el partido de extrema derecha Vox experimentó un fuerte crecimiento en su década de vida, motivado por el descontento de la ciudadanía con los partidos tradicionales y por una inclinación hacia posturas conservadoras.
En Alemania, Alternative für Deutschland (en castellano, Alternativa para Alemania) resultó la segunda fuerza más votada en los recientes comicios para el Parlamento de la UE, con casi un 16%.
Ciertamente, en las elecciones del país “Galo” de hace una semana se impuso una coalición de fuerzas más proclives a referenciarse con la izquierda o, mejor aun, con la centroizquierda. Pero se podría tender a pensar que se trata, más bien, de un fenómeno espasmódico. Un mecanismo reflejo al temor por el crecimiento de la ultraderecha, y para lo cual fue necesario que se pronuncien muchas figuras de fama mundial, como el caso del ídolo de “Les Bleus”, Kylian Mbappé. Por un lado, la coalición ganadora reúne a ecologistas, a socialistas, a comunistas y a la izquierda radical: no se trata de una fuerza con un programa sólido, sino de una alianza ad-hoc. Por otro lado, logró 182 escaños; el centroderechista partido del presidente, Emmanuel Macron, obtuvo 168, y la ultraderecha, 143. Es decir, desde lo ideológico, la enorme mayoría de las votaciones sobre cuestiones políticas podrían resultar harto favorables a la derecha.
Onda expansiva
Pero la tendencia no se limita a la Unión Europea. En 2018, Jair Bolsonaro ganó la Presidencia de Brasil con un discurso de mano dura contra el crimen y contra la corrupción, y con un planteo conservador en cuestiones sociales. Y un par de años antes, Donald Trump había llegado al poder en Estados Unidos, a partir de una plataforma que incluía fuertes políticas de antiinmigración y de proteccionismo económico, y un inapelable rechazo a la clase política tradicional. Incluso, luego de haber resultado perdidoso en su pretensión reeleccionista, en 2020, alberga severas posibilidades de convertirse nuevamente en presidente, en la elección de noviembre.
La irrupción de Javier Milei coloca también a la Argentina en el mapa de los países cuyos electorados han volanteado hacia la derecha. Incluso, a poco más de seis meses de Gobierno, las encuestas dicen que mantiene cierta banca.
De hecho, Milei viene aprovechando este momento para mostrarse como un líder mundial del espacio derechista, con un fuerte discurso contra cualquier versión de la izquierda, aun las más moderadas. Su brusco ascenso no pasó inadvertido en el globo, al punto que fue citado por espacios políticos de derecha para que reciba distinciones en un par de países.
Por supuesto que cuando uno busca resultados electorales urbi et orbi, aparecen países que muestran una tendencia hacia la izquierda. México, por ejemplo. Desde 2018, con la elección de Andrés Manuel López Obrador, el electorado del país “azteca” viene mostrando un fuerte apoyo a agrupaciones de más movidas hacia la izquierda. A inicios del mes pasado, se ratificó esta tendencia con el voto a Claudia Sheinbaum Pardo, del partido Morena.
Politólogos
Emilia Hassán
Cabe leer la experiencia libertaria como parte de un proceso en el cual se conjugan aspectos locales e internacionales. Situar el tiempo en que Javier Milei gana las elecciones obliga a replantearse los cambios que se produjeron, al menos, en la última década.
Desde 2011 la economía argentina está estancada y esto repercute en la dificultad para la generación de empleo privado y en el deterioro de los servicios que brinda el Estado (contención social, salud, educación). Esta situación se agravó con la llegada de la pandemia, la cual permeó emocionalmente a muchas familias; se temía el contagio, pero también la pérdida del trabajo. Además, el incremento del costo de vida, ocasionado por la inflación, llevó a muchos a volcarse a la informalidad. En este momento se puso en evidencia, más que nunca, los alcances y los límites del Estado: para algunos sectores, en lugar de ser un facilitador este entorpecía la iniciativa privada.
El aumento de la inflación y de la pobreza, la pérdida del poder adquisitivo y la dificultad tanto de Juntos por el Cambio como del Unión por la Patria para estabilizar la macroeconomía reforzaron en los electores la creencia de que los dirigentes políticos no representaban sus demandas.
La dificultad para ascender socialmente, para acceder a una vivienda o para conseguir trabajo terminan acentuando la frustración y habilitando el camino para la derecha radical. Se trataba de las promesas que el progresismo no había podido cumplir. Podemos ensayar aquí una primera afirmación: las derechas radicales administran las frustraciones sociales.
Es importante tener en cuenta que esta derecha local dialoga con otras derechas radicales: la “batalla cultural” está presente en los discursos de Jair Bolsonaro, de Donald Trump y de Giorgia Meloni. También aparecen en común otros elementos, como la construcción de un enemigo -en nuestro caso, la “casta” vs. “la gente de bien”-.
En Europa la situación se complejiza aun más, los partidos de las derechas radicales se caracterizan por tener discursos xenófobos frente a la inmigración. Analistas de aquel continente advierten sobre el peligro de que los discursos racistas en contra de los inmigrantes y de las comunidades LGBTIQ pueden poner en tensión la vida democrática.
Carlos Germano
Indudablemente, esta expansión o triunfos electorales de agrupaciones de derecha que se están dando en Europa tiene mucho que ver con la pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos. Esto, obviamente, genera un descontento, que es capitalizado por aquellas fuerzas. Pero se trata de algo muy coyuntural; el eje central son las demandas insatisfechas de grandes sectores de la sociedad europea.
Entonces se advierten varios triunfos, como el que se dio en Italia o como el que se está dando ahora en Francia. O como el avance muy fuerte de la extrema derecha en Alemania, con la elección de diputados europeos que desplazó al oficialismo, a los socialdemócratas liberales y a los verdes -que son quienes este momento gobiernan Alemania-.
Sin embargo, debemos señalar que en el país germano ganó un partido de centroderecha, el CDU. Se trata de un partido histórico, que viene de la época de Conrad Adenauer. Solo en Italia se está dando el fenómeno de un Gobierno de derecha ejerciendo el poder, bajo el liderazgo de Giorgia Meloni. Pero a su vez, esta Premier no es la persona que era cuando trataba de llegar al poder: hoy está en pleno acuerdo con todas las fuerzas de la Unión Europea, ya que están formando los nuevos gobiernos. En ese sentido se advierte que en la formación del Gobierno de la Unión Europea fundamentalmente prevalece un centro muy claro, que no cae en ningún tipo de extremos.
Entonces, a pesar de estos triunfos conyunturales que se están dando, no observo políticas en común de partidos de extrema derecha en toda Europa. Más bien se trata de procesos heterogéneos, que tienen que ver con las idiosincrasias de cada país miembro de la Unión europea. Y en ese sentido, lo que señalábamos al principio, ahí está jugando muy fuerte la pérdida de poder adquisitivo de las personas, junto con otro tema muy importante, que es el de los procesos migratorios.
Luis Karamaneff
El voto a las derechas está funcionando como mecanismo para expresar la insatisfacción ciudadana, producto de una serie de transformaciones profundas derivadas del declive relativo de Occidente: cambios en lo económico, pero también tecnológicos, que inciden en el mundo del trabajo, en la forma en que nos comunicamos -las redes sociales-, y que afectan de manera importante las condiciones de vida de la sociedad.
Y efectivamente hay una falta de respuestas por parte de un sistema político tradicional que fue perdiendo legitimidad y eficacia, y que hoy es blanco de un fuerte cuestionamiento por parte de la ciudadanía. Y aunque esto no es nuevo -viene gestándose, y se viene escribiendo sobre esto desde hace mucho- sí cobró una eclosión con la pandemia. Ahí eso termina de ponerse en manifiesto con un fenómeno que ya se había dado en Brasil y en Estados Unidos.
Viene protagonizada, sobre todo, por los sub35, que son los que ponen de manifiesto este enojo, estas frustraciones ante un escenario en donde no hay futuro o donde este se presenta como peor al de sus padres. Y asoma con un marcado antielitismo. En la Argentina, Javier Milei lo supo captar muy bien, con el concepto de la casta, que funcionó como herramienta clave.
Sin embargo, si bien entre las derechas hay parecidos de familia, hay redes, hay una agenda y hay financiamiento, no son lo mismo. En nuestro país Milei presenta dos características que lo diferencian del resto de las derechas. En lo económico presenta postulados libertarios, algo que el resto no tiene. Por ejemplo, cuando Trump fue presidente de Estados Unidos fijó barreras arancelarias, habla de “volver a hacer grande a América”; es decir, recuperar la industria y la economía. Y si eso implica intervenir lo hace. Y la segunda diferencia con el resto de las derechas es que Milei no es nacionalista, un rasgo presente en todos los otros casos. Probablemente, el más significativo en Europa es el de Marine le Pen, que triunfó días atrás y que está cerquita de armar Gobierno en Francia. Esto, fundamentalmente, se forjó a partir de un partido nacionalista antiinmigración.